Para todas las mujeres a las que les hicieron temer a su propia biología
La mayoría hemos vivido toda la vida sin entender el verdadero poder de nuestras hormonas. Aprendimos lo básico — ciclos, anticoncepción, embarazo. Lo suficiente para gestionar la logística. Pero nadie nos enseñó hasta qué punto lo que somos cada día está moldeado por esas señales químicas que atraviesan nuestro cuerpo y nuestro cerebro.
Los días en los que todo parece posible.
Los días en los que levantarte de la cama parece imposible.
Los días en los que todo pesa más o, de repente, fluye sin esfuerzo.
Los días en los que aumenta el hambre, se acorta la paciencia o baja la confianza.
Los cambios en la concentración, la motivación, la resiliencia, el estado de ánimo.
Cómo cambia tu mundo interior aunque nada fuera se haya movido.
Esto es tu biología manifestándose.
Casi ninguna aprendimos a considerar que la forma en la que pensamos y sentimos — ese “yo” con el que salimos al mundo — está profundamente influida por las hormonas. ¿Quién iba a imaginar que gran parte de tu experiencia interna es química, no carácter?
Así que nos adaptamos. Compensamos. Creamos explicaciones que encajan con la mínima información que nos dieron. Rara vez conectamos cómo nos sentimos con nuestras hormonas, no por falta de atención, sino porque nadie nos dijo que importaban para algo más que la reproducción.
Y llega la cuarentena, o te acercas a ella, y ese “yo” familiar empieza a sentirse distinto. No de forma dramática. Solo distinto.
Un cansancio diferente.
Un estrés diferente.
Un cuerpo diferente.
Una tristeza diferente.
Una rabia diferente.
Un “no soy del todo yo” diferente.
Aquí es donde la falta de conocimiento se vuelve evidente. Si nunca aprendiste el papel de tus hormonas más allá de hacer bebés, es casi imposible reconocer lo que está pasando ahora.
En lugar de ver el origen hormonal de tus síntomas, miras hacia dentro:
¿Por qué no me concentro?
¿Por qué tengo la piel tan seca?
¿Por qué estoy tan ansiosa?
¿Por qué me despierto a las 3 de la mañana?
¿Por qué ha desaparecido mi deseo sexual?
¿Por qué me siento distinta?
¿Qué ha cambiado en mí?
Intentas entenderlo con la poca información que tienes y acabas lidiando con todo en silencio porque nadie te preparó para esto.
Y luego llega la parte que casi ninguna se espera: a los médicos tampoco se lo enseñaron. Su formación se quedó en la menstruación y la reproducción — el mismo capítulo reducido que recibimos nosotras.
La verdad es sencilla: no puedes entender lo que nunca te enseñaron. Las mujeres sentimos que algo cambia por dentro, pero sin contexto la historia se convierte en culpa o duda. Y cuando quienes deberían ayudarte no tienen la formación para reconocer estos patrones, sus respuestas no encajan con tu realidad. No porque no les importe, sino porque no estaban preparados.
Así acabas atrapada entre lo que vives y lo que te dicen, intentando reconciliar un cambio que está redefiniendo tu día a día.
Todo esto ocurre dentro de una cultura que espera que las mujeres absorbamos el malestar como parte de ser mujer, que aguantemos, tiremos adelante y nos adaptemos. Sentirse rara, plana, sobrepasada o “no como siempre” se convierte en algo que se supone que debes tolerar en silencio. Y conforme avanzas en la vida adulta, oyes una y otra vez el mismo mensaje: esto es lo que hay. Llamarlo “normal” no lo hace menos real. Y querer claridad o apoyo es natural, no un fallo.
Así que cuando algo empieza a cambiar en la mediana edad, no cuestionas la narrativa. Te cuestionas a ti. Lo llamas estrés, edad o “lo que toca ahora”. Sigues adelante, incluso cuando tu cuerpo y tu cerebro están pidiendo otra cosa.
Aquí es donde muchas mujeres no se dan cuenta de que sí existe apoyo. No más fuerza de voluntad. No “acostumbrarte”. No aguantar mejor. Apoyo hormonal real — el que estabiliza los sistemas que están cambiando.
Las hormonas se convirtieron en una “palabra prohibida” porque heredamos una cultura que nunca supo qué hacer con la biología femenina, una cultura que interpretó nuestros cambios internos como inestabilidad en lugar de información. Y con esa mirada, es fácil minimizar lo que sentimos, como si el malestar fuera parte de nuestro diseño.
Ese malentendido también aparece en la medicina. Las hormonas están tan poco comprendidas como las mujeres que lidian con sus síntomas. Y esa narrativa no solo moldea cómo nos sentimos, sino la atención que recibimos. Nos enseña a aguantar en lugar de preguntar y erosiona la confianza en sistemas que deberían cuidar de nuestra salud.
Cuando no existe un marco real para entender las hormonas, la incertidumbre ocupa su lugar — y los médicos que nunca fueron formados en salud hormonal femenina devuelven esa incertidumbre a las mujeres. No porque la ciencia sea confusa, sino porque su educación lo fue. Así es como la terapia hormonal acabó con una reputación que nunca mereció.
La terapia hormonal no se volvió controvertida por la experiencia de las mujeres. Se volvió controvertida porque quienes debían guiarlas no tenían la información para interpretar la ciencia. Esa brecha es exactamente la razón por la que hoy sigue infrautilizada, pese a ser el tratamiento más eficaz para los síntomas de la perimenopausia.
Debajo de todo esto hay una verdad básica: no puedes confiar en aquello que nunca te enseñaron a entender. Y a la mayoría de las mujeres jamás se les enseñó a entender sus hormonas. Así que, por supuesto, muchas mujeres aprendieron a temer la propia terapia diseñada para apoyarlas y ayudarlas a volver a sentirse como ellas mismas.
Pero quiero que escuches la historia real: tus hormonas son una fuente de información, estabilidad y vitalidad. Mi deseo es que empieces a verlas por lo que siempre han sido — poderosas y esenciales, inconfundiblemente TÚ.